Desde que los comerciantes de las avenidas 18 de Julio y 8 de Octubre decidieron blindarse por temor a los robos, los delincuentes, generalmente menores, coparon las calles y tienen aterrorizados a los transeúntes que ya no saben cómo protegerse.
La cultura "poligrillo" siembra temor y desprecio en las principales avenidas. Cuando cae la noche y los locales comerciales cierran sus puertas asoman desde todas partes figuras lánguidas, desprolijas, con actitud desafiante y con gorros de visera. Son los "poligrillos", que se esparcen por la principal avenida montevideana siempre con un cigarro en la mano y una botella de sidra bajo el brazo.
Los empleados de las tiendas caminan hacia las paradas de los ómnibus y rezan para que el transporte llegue antes que aquellos "poligrillos" que conversan en la esquina. Otros, menos temerosos, se detienen a contemplar vidrieras con la cartera o el portafolios bien apretado contra el pecho. Los poligrillos "trillan" la avenida de un lado a otro sin descanso. Comienzan su interminable trayecto en las pensiones más vetustas de la Ciudad Vieja y desde ahí caminan hasta la calle Ejido, una y otra vez esperando el momento oportuno para dar el golpe.
No tienen códigos. Si el delivery del restaurante de la esquina se distrae puede transformarse en víctima, si el propietario del local comercial donde muchas veces le dieron de comer cerró tarde porque se le complicó la liquidación de caja, puede ser un buen blanco. Ellos deambulan confiados de que "algo bueno van a cazar".
Los vecinos de 18 de Julio aseguran que se hace casi imposible bajar de los edificios a tirar la basura a los contenederos sin tener que "pagar peaje". "Estos guachos se tiran en la esquina a tomar vino y a fumar pasta base y cuando pasamos nos piden monedas. Si no se las damos se arma un lío bárbaro", cuentan.
Los viernes, sábados y domingos la cosa es peor. Los "poligrillos" se sientan en los bancos de la Plaza Independencia en compañía de ciudadanos peruanos o bolivianos, a quienes les compran drogas y esperan pacientes a que termine la movida nocturna de la Ciudad Vieja. A eso de las cinco de la mañana, muchos son los jóvenes que caminan rumbo a 18 de Julio a esperar el ómnibus que los lleve de regreso a su hogar. Los poligrillos se aprovechan de ese momento para atacar a las mujeres que indefensas solo atinan a gritar y propinar insultos. La suerte de que alguien se apiade de la situación y corra al delincuente es casi nula ya que el temor de que estén armados es general.
Uno de los peores errores que se pueden cometer es llevar el celular en la cintura. Los veloces delincuentes pasan como una flecha y de un certero manotazo se apoderan del aparato, que termina siendo cambiado por pasta base en los callejones más oscuras de la parte antigua de la ciudad.
Por estas fechas, cuando se acerca la Navidad, la situación empeora. La cantidad de personas que pasean por 18 de Julio es incalculable, y los planchas parecen multiplicarse. La Policía recorre la avenida a pie y en patrulleros pero los delincuentes superan ampliamente a los uniformados. Cuando son detenidos son conducidos a la seccional y allí permanecen dos o tres horas hasta que los derivan al juez y el juez a los padres. Al otro día están en la calle de nuevo tratando de evadir su trigésima y tanta captura. "La mayoría tiene treinta o cuarenta entradas. Nosotros los detenemos, la mayoría de las veces en el momento mismo en que están cometiendo el arrebato, y al otro día los andamos corriendo de vuelta. Lo peor es que se burlan te dicen '¿para qué me llevas si sabés que me van a largar dentro de un rato?'", cuentan los policías que cada noche recorren 18 de Julio.
Los poligrilos se hicieron famosos por escuchar música tropical y vestirse de forma irrisoria, pero desde que se volcaron al consumo de pasta base su triste prestigio fue creciendo de la mano de la delincuencia y la violencia. Ahora, regados por nuestras principales avenidas, son vistos con deprecio y temor por la mayoría, como si de seres inhumanos se tratara. *
viernes, 17 de octubre de 2008
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